lunes, 26 de enero de 2009

Cuando yo era peque (III)

Aquí os dejo ahora otro artículo que habla de cuando yo era peque, solo que este lo publicamos en el anterior blog que teníamos. Ahora lo reciclamos para aquellos que no lo hayan leído.

Tener hermanos con discapacidad intelectual es algo que está muy bien, que nos puede aportar un montón de sensaciones y experiencias muy buenas. Pero claro, no hace falta decir que no todo es de color rosa, y hay momentos en los que uno se puede desanimar y no ser quizás demasiado optimista. Y es que este tipo de vivencias no todo el mundo se las toma de igual forma.

Os contaré mi historia :P. Resulta que mi hermano con síndrome de down y yo hace ya tiempo que nos quedamos sin mamá. Ya de por sí es bastante trágico quedarse sin madre, pero la cosa aún es peor cuando se suman algunas circunstancias especiales: en primer lugar, que adorábamos a nuestra madre. En segundo, que cuando ella murió, yo tenía 13 años y mi hermano 10. Imagináos: dos niños en edad de ir a Primaria, afrontando de repente que nunca volverían a ver a ese ser tan querido.

Y en tercero, a ver cómo le explicas a una persona con discapacidad mental que su madre se ha ido de viaje al más allá, cuando ni tú mismo lo puedes entender.

Dejando a un lado los dramas familiares "normales" que uno puede vivir cuando le pasa algo así, había que sumar que mi hermano era discapacitado mental (era y lo sigue siendo, vamos), con todo lo que ello conlleva. Y es que yo al principio no me dí cuenta del sufrimiento extra que tendría que afrontar más adelante debido a ello, pero la muerte de mi madre supuso, indirectamente, la pérdida de la mitad de mi vida social de mi etapa adolescente. Porque alguien tendría que cuidar a mi hermano, y ese alguien, pues tuve que ser yo.

Todo el mundo sabe lo que es tener 13 años, ¿no? Es cuando se empieza a afianzar un grupo de amigos, se empieza a salir por ahí y se empieza a disfrutar de la edad del pavo :P. Empiezas a tener consciencia del mundo que te rodea, comienzas a vivir la calle, y todo ello sin responsabilidades ni preocupaciones de ningún tipo. Vamos, lo que se dice la etapa más perfecta en la vida del ser humano. Pero a mí las circunstancias no me dejaron vivir demasiado esa maravillosa época. Tenía mis amigos, claro, a fin de cuentas, iba al colegio; pero no siempre podía quedar con ellos aunque quisiese. ¿Que un viernes ellos quedaban para ir a jugar al fútbol? Yo tenía que estar con mi hermano. ¿Que iban al cine? Lo mismo. Dolía mucho que te llamaran para ir a la piscina, o a la plaza, y tú simplemente no pudieras.

Lo peor fue, sin duda, al llegar el verano. Mis amigos quedaban y salían todos los días (lo más normal del mundo), pero yo solo podía salir los findes de semana. Los demás días, mientras ellos reían, jugaban y se relacionaban, yo me comía los mocos preparando la merienda a mi hermano. ¡Qué mal! (no penséis que no me gustaba estar con mi hermano, pero yo como chico de mi edad necesitaba estar en la calle todo el día). Encima, tenía una sensación como de estar haciendo trabajos forzados. Si lo hacía bien, no pasaba nada, no me lo agradecían, simplemente cumplía con mi deber; pero si no te apetecía hacerlo, no solo te lo recriminaban, sino que tú mismo pensabas que estabas siendo un egoísta miserable que no pensaba en los demás

Los findes sí que me podía comportar como un chico de mi edad normal, saliendo y pasándolo bien, pero claro, solo eran 2 días, y mis amigos habían estado quedando los 5 días anteriores. Quiero decir, que en esos días en los que yo no estaba, a ellos les había dado tiempo de crear vínculos entre ellos a los que yo ya no podía llegar. A veces, estando incluso con ellos, no sabía de qué estaban hablando, o me encontraba con gente nueva a la que no conocía, y eso, quieras que no, te va alejando.

Aunque lo peor de todo es la certeza de que no va a ser una situación temporal, ni de un año. Sabes que al año siguiente te va a pasar igual, y al siguiente, y quizás por mucho tiempo, dada la condición especial de tu hermano. Y tantos ratos perdidos, no vividos, acaban pasando factura: llega un momento en que te sientes fuera de lugar. Tus amigos hacen nuevos amigos, han vivido demasiadas cosas sin tí, y al final el que no encaja eres tú. A no ser que tus amigos sean realmente buenos, cosa que es muy difícil de encontrar, y más con 15 años.

Pero bueno, como siempre hay que sacar el lado positivo, no todo va a ser malo. También saqué algunas cosas buenas. Este tipo de experiencias son las que te enseñan a pensar más en los demás, y a ser más tolerante.

No hay comentarios: