martes, 27 de enero de 2009

Cine con discapacidad: Hoy, "Forrest Gump"

Ey! ¿Cómo lo lleváis? Yo regulín, un poco así sin ganas, pero bueno.

Hoy vamos a hablar de una película que seguro que todos conocéis. Se trata de "Forrest Gump", una peli protagonizada por Tom Hanks y que fue un gran hit en su día. Tanto es así que ganó ¡6 Oscars! Entre ellos, al de mejor película, mejor dirección y mejor actor. Casi ná.

Bueno, por si no la conocéis, os explico que "Forrest Gump" trata sobre la historia de Forrest Gump (¡qué casualidad!), una persona con discapacidad intelectual que, a fuerza de superación y optimismo, consigue tener una buena vida. Le vemos desde niño, desde que empieza a ir a clase hasta que acaba casándose y teniendo un hijo, pasando por su vida adulta.

Pero claro, no todo es un camino de rosas. Su discapacidad es una barrera continua para todo lo que hace: su vida social, sentimental y la laboral se ve afectada de una u otra manera debido a ello.
Ya es difícil para él ir al colegio, a parte de por tener esa discapacidad intelectual, porque sus compañeros le rechazan porque le ven como un diferente. Tanto es así, que no le ceden sitio en el autobús, se meten con él, le pegan y tal. En medio de este panorama tan desolador, aparece Jenny, una chica que se convierte en seguida en su muy mejor amiga. Y por supuesto, su madre también le apoya y le ayuda a entender las cosas de la vida.

Pese a sus dificultades, Forrest consigue incluso ir a la Universidad. (¡Un crack! ¡Ya me gustaría a mí llegar a su nivel!) Se gradúa, y después se alista en el ejército, donde luego le mandan como soldado a la guerra de Vietnam, donde conoce a Bubba, otra persona con discapacidad, con la que comparte experiencias. En la guerra, Forrest se convierte en héroe al savar la vida de sus compañeros. Aunque el teniente Dan hubiese preferido morir, pero de todas formas Forrest le acaba dando una lección sobre la belleza de la vida.

Al retornar a su casa, se encuentra de nuevo con Jenny. Jenny, que ha vivido una vida más bien oscura, se alegra mucho al ver a su amigo, pero nunca se plantea tener una relación sentimental con él. Pero de todas formas se tienen mucho cariño, y un día hacen el amor. Después de eso, Jenny desaparece de la vida de Forrest, pero al cabo de unos años se reencuentran y ¡sorpresa! ¡Forrest es papá!

Bueno bueno, esta sí que es una peliculaza. Dicen por ahí que refleja la inocencia en una América que está perdiéndola, pero sinceramente a mí eso me da un poquito igual.

Lo que a mí me importa es que dice mucho de las personas con discapacidad. Vale, es un poco flipada que Forrest vaya a la Universidad, sea héroe de guerra, hombre de negocios, y tenga éxito en todo lo que hace, pero también es verdad que refleja una capacidad de superación increíble. El tío triunfa porque él lo vale. Porque es bueno, se esfuerza y sobre todo no se deja vencer por nadie, por muchas trabas que le pongan y por muy duro que sea. Todo un ejemplo para todo el mundo.

También hace un poco hincapié en que una persona con discapacidad puede sentir emocionalmente lo mismo que una persona sin discapacidad. De hecho, Forrest se enamora o se entristece como lo haría cualquiera. ¡Por supuesto! ¡Tener un hijo es igual de hermoso para todos!

Pero yo creo que una de las cosas más guays de la película es esa fantástica reflexión que nos deja: "Tonto es el que hace tonterías". ¡Si es que es así! En realidad, todo se reduce a esa frase. Es más tonto un tío que se tira a las vías del tren para hacerse el machote que un síndrome de down que ha aprendido a contar hasta 15. ¡Pero vamos! ¡De aquí a Pekín!


Tráiler

lunes, 26 de enero de 2009

Cuando yo era peque (III)

Aquí os dejo ahora otro artículo que habla de cuando yo era peque, solo que este lo publicamos en el anterior blog que teníamos. Ahora lo reciclamos para aquellos que no lo hayan leído.

Tener hermanos con discapacidad intelectual es algo que está muy bien, que nos puede aportar un montón de sensaciones y experiencias muy buenas. Pero claro, no hace falta decir que no todo es de color rosa, y hay momentos en los que uno se puede desanimar y no ser quizás demasiado optimista. Y es que este tipo de vivencias no todo el mundo se las toma de igual forma.

Os contaré mi historia :P. Resulta que mi hermano con síndrome de down y yo hace ya tiempo que nos quedamos sin mamá. Ya de por sí es bastante trágico quedarse sin madre, pero la cosa aún es peor cuando se suman algunas circunstancias especiales: en primer lugar, que adorábamos a nuestra madre. En segundo, que cuando ella murió, yo tenía 13 años y mi hermano 10. Imagináos: dos niños en edad de ir a Primaria, afrontando de repente que nunca volverían a ver a ese ser tan querido.

Y en tercero, a ver cómo le explicas a una persona con discapacidad mental que su madre se ha ido de viaje al más allá, cuando ni tú mismo lo puedes entender.

Dejando a un lado los dramas familiares "normales" que uno puede vivir cuando le pasa algo así, había que sumar que mi hermano era discapacitado mental (era y lo sigue siendo, vamos), con todo lo que ello conlleva. Y es que yo al principio no me dí cuenta del sufrimiento extra que tendría que afrontar más adelante debido a ello, pero la muerte de mi madre supuso, indirectamente, la pérdida de la mitad de mi vida social de mi etapa adolescente. Porque alguien tendría que cuidar a mi hermano, y ese alguien, pues tuve que ser yo.

Todo el mundo sabe lo que es tener 13 años, ¿no? Es cuando se empieza a afianzar un grupo de amigos, se empieza a salir por ahí y se empieza a disfrutar de la edad del pavo :P. Empiezas a tener consciencia del mundo que te rodea, comienzas a vivir la calle, y todo ello sin responsabilidades ni preocupaciones de ningún tipo. Vamos, lo que se dice la etapa más perfecta en la vida del ser humano. Pero a mí las circunstancias no me dejaron vivir demasiado esa maravillosa época. Tenía mis amigos, claro, a fin de cuentas, iba al colegio; pero no siempre podía quedar con ellos aunque quisiese. ¿Que un viernes ellos quedaban para ir a jugar al fútbol? Yo tenía que estar con mi hermano. ¿Que iban al cine? Lo mismo. Dolía mucho que te llamaran para ir a la piscina, o a la plaza, y tú simplemente no pudieras.

Lo peor fue, sin duda, al llegar el verano. Mis amigos quedaban y salían todos los días (lo más normal del mundo), pero yo solo podía salir los findes de semana. Los demás días, mientras ellos reían, jugaban y se relacionaban, yo me comía los mocos preparando la merienda a mi hermano. ¡Qué mal! (no penséis que no me gustaba estar con mi hermano, pero yo como chico de mi edad necesitaba estar en la calle todo el día). Encima, tenía una sensación como de estar haciendo trabajos forzados. Si lo hacía bien, no pasaba nada, no me lo agradecían, simplemente cumplía con mi deber; pero si no te apetecía hacerlo, no solo te lo recriminaban, sino que tú mismo pensabas que estabas siendo un egoísta miserable que no pensaba en los demás

Los findes sí que me podía comportar como un chico de mi edad normal, saliendo y pasándolo bien, pero claro, solo eran 2 días, y mis amigos habían estado quedando los 5 días anteriores. Quiero decir, que en esos días en los que yo no estaba, a ellos les había dado tiempo de crear vínculos entre ellos a los que yo ya no podía llegar. A veces, estando incluso con ellos, no sabía de qué estaban hablando, o me encontraba con gente nueva a la que no conocía, y eso, quieras que no, te va alejando.

Aunque lo peor de todo es la certeza de que no va a ser una situación temporal, ni de un año. Sabes que al año siguiente te va a pasar igual, y al siguiente, y quizás por mucho tiempo, dada la condición especial de tu hermano. Y tantos ratos perdidos, no vividos, acaban pasando factura: llega un momento en que te sientes fuera de lugar. Tus amigos hacen nuevos amigos, han vivido demasiadas cosas sin tí, y al final el que no encaja eres tú. A no ser que tus amigos sean realmente buenos, cosa que es muy difícil de encontrar, y más con 15 años.

Pero bueno, como siempre hay que sacar el lado positivo, no todo va a ser malo. También saqué algunas cosas buenas. Este tipo de experiencias son las que te enseñan a pensar más en los demás, y a ser más tolerante.

sábado, 10 de enero de 2009

Cuando yo era peque (II)

Hey! ¿Cómo estáis? Yo, bueno, entre el frío que hace y la de trabajos que tengo que hacer para el colegio, no se puede decir que esté muy feliz, pero qué le vamos a hacer.

Ya se han acabado las Navidades y todo eso. Qué pena, la vuelta al trabajo/los estudios es lo peor, yo cuando volví el jueves a clase os juro que me deprimí un montón. ¿Qué os han traído los Reyes? A mi hermano una PSP, porque le gustan mucho los videojuegos y tal; pero a mí no me han regalado nada. ¡Me debo de haber portado muy mal!

Hoy os voy a seguir hablando un poco sobre mis experiencias familiares de cuando yo era pequeño. La otra vez os conté sobre sobre cómo me dí cuenta de que mi hermano tenía discapacidad intelectual, y hoy os diré cómo era nuestra vida diaria en familia cuando éramos chicos.

Mi impresión por aquel entonces era que mi hermano era el centro de atención de todo. Y no solo porque fuera más pequeño que yo. Él siempre estaba delante de mí, o al menos eso era lo que yo veía. Cuando venían mis tíos a casa, por ejemplo, se ponían a jugar con él y a mi en muchas ocasiones me dejaban a un lado. Ellos reían, jugaban y se lo pasaban bien, y si yo quería también entrar en el juego, me llamaban envidioso. Era como si dijeran: "tu hermano nos necesita más que tú, así que si quieres te puedes poner a jugar con los peluches y divertirte, pero deja que tu hermano se divierta con nosotros". ¡Y yo solo era un crío que quería jugar! Claro, a mí me entraban los celos en seguida y me enfadaba.

Y no solo eso. Mis padres le consentían mucho más a él que a mí. Por ejemplo, si él no quería colaborar en las tareas de casa, nadie le obligaba; ahora, si era yo el que no las quería hacer, ¡anda que tardaban mucho en tirarme de las orejas!... O si yo estaba en mi habitación tranquilo y mi hermano entraba, mi obligación era estar con él, quisiera o no.

Estar con mi hermano era una obligación más que yo tenía. Si no lo hacía, era un mal hermano. Recuerdo una vez, con 8 o 9 años, que me llevé a mis amigos a casa a jugar y a estar con ellos, y mi madre se empeñaba en que mi hermano también tenía que estar allí, con nosotros. Pasamos mis amigos y yo un par de horas juntos, jugando y riendo, y cuando se fueron, recuerdo que mi madre me echó la bronca, porque según ella, me gustaba más estar con mis amigos que con mi hermano. Yo me sentí mal, no por mí sino por mi hermano, pensaba que estaba siendo un monstruo con él.

Era una especie de favoritismo hacia mi hermano del que nadie se daba cuenta, salvo yo. Todos lo veían como algo normal, pero de lo que no se daban cuenta era de que yo también existía. Por supuesto, estaba bien que mi hermano se entretuviese y se divirtiese, pero claro, yo también era un niño pequeño y también lo necesitaba. Y divertirme no solo con él, sino también con mis compañeros y amistades. A fin de cuentas, era lo que todo el mundo hacía, ¿por qué yo no? Al final iba a resultar que yo tenía más discapacidad que mi hermano.

Aunque lo peor no era esa automarginación, sino la sensación de que mi hermano tenía que ser el centro de mi vida quisiera yo o no. Y yo quería que él fuese parte de mi vida, pero no que fuese mi todo, porque yo era (y sigo siendo) yo, y él era (y sigue siendo) él.


"Cuando yo era un niño", de Iguana Tango